miércoles, 11 de marzo de 2009

México D.f por oxido



Vieja ciudad de hierro; un monstruo imposible.

Hablar en términos generales de la ciudad de México es imposible.
A menos que intentemos interconectar al campesino de Tláhuac con el oficinista de Satélite. Que pensemos en los paralelos que pueden surgir entre lo opuestos que son el indígena de Ecatepec y el migrante alemán de Polanco. Que logremos que la fichera de un bar de Neza platique con la curadora de una galería en la colonia Roma. Que propongamos que el heladero artesanal de Texcoco tiene algo en común con el distribuidor de helados Holanda de Tlalnepantla. Que reconciliemos la “vieja ciudad de hierro” de Rockdrigo González con el “sábado Distrito Federal” de Chava Flores. Que hagamos poesía grosera comparando las calles cerradas de Lomas de Chapultepec con los polvorientos caminos de Chicoloapan.
La única forma quizá de hablar de esta Ciudad es abarcándola como el gran monstruo que en su conjunto es, pensando en cada una de sus zonas como enormes órganos ocupados, cada uno, de su función específica, todos diferentes e indiferentes a los demás, pero trabajando para hacer funcionar la misma vieja maquinaria.
Nuestro monstruo compuesto por nueve mil partículas, es un animal enfermo; su viejo corazón (el centro de la ciudad) sufre hace tiempo una hipertensión incurable, su pulmón (el bosque de Chapultepec) dejó de crecer y ahora causa insuficiencia respiratoria, su estómago (la central de abastos) está colapsado e infectado, sin embargo, y a pesar de todo el monstruo vive; es un grande, enorme, anciano animal que descansa tras miles de años de existencia, es un viejo monstruo nostálgico; cúmulo de ambiciones y esperanzas no logradas; se quedó esperando la modernidad y el Estado del Bienestar con sus monumentos y sus mausoleos anacrónicos, una revolución lo llenó de sangre y le dio nuevo nombre, dos terremotos le han cambiado el rostro, la nula planificación lo ha vuelto amorfo e inequitativo pero, a pesar de todo, nos muestra siempre cierta belleza en sus calles maltratadas y coloreadas por el aerosol, en sus rincones improbables y en sus remansos de tranquilidad.

Esta es sin duda una ciudad imposible en donde convive lo postmoderno con lo moderno y con lo rural; una carreta repleta de fierros viejos jalada por un burro famélico pasa por enfrente de la torre mayor, un jornalero consulta su crédito invonavit por internet, un indigente roba una cámara digital. Esta es quizá una de las imágenes más amplias que se puedan dar, en términos generales, de la ciudad de México. Nosotros, sus habitantes, día a día formamos parte de las entrañas carcomidas de este monstruo, día a día parasitamos en su interior, día a día destruimos y reconstruimos a esta, la ciudad de México.

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